viernes, 18 de septiembre de 2009

Ácido y arena

La lluvia: paisaje predilecto de cualquier merienda. Inclusive si nos encontramos empapados y sostenemos temblorosamente con una sola mano el paraguas sigue siendo disfrutable el cruzar el umbral de una cafetería para sumergirse en líquidos más amables (aunque: ¿cuántos de nosotros no han recibido en pleno rostro una "lluvia amable"? ¿Quién no recuerda el capítulo de Crónicas marcianas llamado "Vendrán lluvias suaves"?). En pleno aguacero, recorriendo las calles con un pequeño libro bajo el saco, llegamos a los húmedos fondos de Belgrano, cerca del queridísimo Barrio Chino (la variedad de tés que encontramos en estos lugares es sorprendente; sumo a eso la numerosa existencia de chocolaterias especializadas). ¿Dónde estamos? Arcos 1717, espacio en donde se ubica la cafetería y casa de té Retamas. Luego de observar con detenimiento el mobiliario y su decoración -ya desde afuera nos podemos percatar que la especialidad aquí es la infusión antes que el expresso-, procedimos a sentarnos y revisr la carta. La variedad de comida y bebida nos arroja un resultado a tener en cuenta de aquí en más: amplia gama de sabores de tortas, variedad de bizcochos y galletitas -apenas entramos, nos topamos con varias bolsas de comida dulce de esta calaña destinada a la venta al público- café y té, pero un ofrecimiento lo suficientemente medido como para que todo entre en un impreso bifaz plastificado.
La porción de torta es y no es cara: estamos hablando de $11 una porción y $8 media. Sin embargo, necesitabamos llenar el estómago: el precio correcto no coincidía con nuestra necesidad de algo un poco más sustancioso. Ordenamos el clásico café con leche y pedimos que sea acompañado por unas tostadas de pan de cereal con queso blanco y el dulce casero... Ahora bien, en términos de dulce casero, teníamos tres variedades: mandarina, pomelo y manzana (¿la acidez y lo arenoso juntos?) y una tercera un tanto difusa y ya perdida en nuestra memoria. Accedimos a la segunda opción, y esperamos a ver los resultados.
¡Oh, la humanidad!: la porción seguía siendo menos de lo esperado, teníamos tres tostadas para untar el queso y la mermelada. Sabíamos que eso no iba a llenarnos, así que comenzamos a sorber el café con leche -espumoso, como corresponde- y probar con timidéz el dulce. ¡La alegría vuelve! El sabor de tal pieza culinaria era excelente: la mermelada se disfruta sola, los trozos de fruta dispersos dentro de la jalea hacían las veces de sólido alimento y terminamos la velada muy conformes, leyendo revistas del año pasado y mezclando todo con cuentos de escritores surcoreanos... ¿De qué otra manera se puede disfrutar de esta lluvia?

La transacción final es clara: con $14 disfrutamos de un excelente desayuno (sí: esta vez no fue merienda) en un lugar ameno, ubicado justo al lado de la ferretería de confianza del barrio. Nuevamente, la mezcla dignifica, y quizás en el negocio dedicado al rubro de lo mecánico encontremos algún que otro robot que pueda cumplir en nuestra ausencia los quehaceres domésticos.
Justificar a ambos lados
El fisgón de la mediatarde -¿O media mañana?-.

Por ahora: condenados a la falta de imágenes. ¡Larga vida a la descripción! (bah: no siempre).

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